En la metrología, la ciencia de las mediciones, pocas palabras generan tanta confusión como precisión.
Según el Vocabulario Internacional de Metrología (VIM), precisión es “la proximidad entre las indicaciones o los valores medidos obtenidos mediante mediciones repetidas del mismo objeto bajo condiciones específicas”.
En otras palabras, un instrumento puede ser muy preciso, es decir repetir resultados muy similares y aún así estar lejos del valor verdadero.
La veracidad y la precisión son conceptos distintos, pero complementarios.
Detrás de cada número hay una historia de incertidumbre, y
reconocerla no es debilidad técnica, sino una forma de honestidad científica.
La norma ISO/IEC 17025 establece que ningún resultado de
medición tiene sentido sin su incertidumbre asociada, mientras que el GUM
(Guide to the Expression of Uncertainty in Measurement) enseña cómo estimarla y
comunicarla adecuadamente.
La incertidumbre no elimina la confianza: la construye, cuando se comunica
con transparencia.
El caso de los radares: verdad técnica y
distorsión ética
Un ejemplo cotidiano ilustra este dilema. Los radares de velocidad utilizados en muchas ciudades para imponer multas miden con una incertidumbre expandida que puede variar entre ±1 y ±5 km/h.
Un vehículo que marca 90 km/h podría, en realidad, estar circulando entre 85 y 95 km/h.
En un país donde el límite máximo es de 90 km/h, eso significa que el conductor
no necesariamente ha infringido la norma dentro de la precisión real del
instrumento.
Sin embargo, en la práctica, muchos sistemas de control ignoran
la incertidumbre y emiten sanciones automáticas, afectando la confianza
pública.
Cuando las políticas públicas no consideran las limitaciones técnicas, el
resultado es predecible: desconfianza, frustración y una percepción de
arbitrariedad.
No es un problema técnico, sino ético.
El mal uso de la medición, sin valores ni principios, convierte la ciencia en un instrumento de poder y no de verdad.
La precisión cuesta, pero la confianza vale más
Invertir en equipos de medición más precisos puede parecer
costoso, pero el precio de la desconfianza es mayor.
Los instrumentos deben ser elegidos con una resolución al menos diez veces
menor que la tolerancia o límite que se pretende evaluar. Esto no es un detalle
técnico: es la diferencia entre decidir con fundamento o con suposiciones.
Ejemplo práctico: la balanza y la regla del 10:1
En una planta de alimentos se empacan bolsas de azúcar de 1,000 gramos, con una tolerancia de ±5 gramos. Esto significa que cada bolsa es aceptable si pesa entre 995 g y 1,005 g. Para medir con confianza, la balanza debe tener una resolución al menos diez veces menor que la tolerancia total.
La tolerancia total es de 10 g, por lo que:
La balanza debe tener una resolución de 1 g o menor.
Una balanza con resolución de 0,1 g sería ideal, mientras que una de 2 g no serviría: no distinguiría pequeñas desviaciones dentro del rango permitido.
¿Por qué importa?
Si el instrumento no tiene resolución suficiente:
- Se
pueden aceptar productos fuera de especificación o rechazar los conformes.
- Se
pierde la trazabilidad metrológica.
- Y
lo más grave: se socava la credibilidad técnica y social de los
resultados.
Este principio, conocido como la regla del 10:1, está
documentado en las guías derivadas del GUM y se aplica en los sistemas de
gestión basados en ISO/IEC 17025.
Entre la verdad técnica y la verdad social
· La
incertidumbre no invalida una medición: la contextualiza.
· Cada resultado
representa un rango probable, no una verdad absoluta.
· El reto
es explicar esto en un lenguaje que la sociedad comprenda.
·
Lo que no se entiende se aplica mal; y lo
que se aplica mal, termina por destruir la confianza.
· La
calidad, es una forma de confianza, y esa confianza
se construye cuando las mediciones son precisas, las autoridades son éticas y
la comunicación es clara.
· La
metrología legal, la calidad y la ética son tres caras de una misma verdad: que
medir no es solo un acto técnico, sino un acto moral.
César Díaz Guevara
Consultor en Calidad, Estrategia e Innovación
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