Reflexión

"Hay que aprender a analizar el contexto, entender la lógica de los procesos y permitirse el pensamiento abstracto para buscar oportunidades de mejora."

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jueves, 6 de noviembre de 2025

Diseñar para validar: revisión, verificación y validación en la era de la inteligencia artificial

 

En la fabricación de un producto físico, como un zapato o un casco de seguridad, los procesos de revisión, verificación y validación parecen simples: 

  • Primero se revisan las especificaciones: materiales, medidas y normas aplicables.
  • Luego se verifica que los resultados cumplan con esas especificaciones a través de ensayos controlados. 
  • Finalmente, se valida cuando el producto se usa en condiciones reales y demuestra cumplir su propósito: proteger, sostener o brindar confort. 
Pero es justo en esa validación, en el uso real, donde surgen las verdaderas lecciones. A veces, un zapato perfectamente diseñado según el plano técnico resulta incómodo o se desgasta antes de lo previsto. 

La validación revela que las especificaciones iniciales no capturaron la experiencia humana: el movimiento, la temperatura, la forma del pie, la cultura del uso.

Transformar la ergonomía y el confort en variables medibles es uno de los grandes retos del diseño. Y las empresas que logran hacerlo de manera equilibrada, sin perder el sentido humano, obtienen una ventaja estratégica: pueden mejorar, porque saben medir sin deshumanizar. 

No se puede mejorar lo que no se puede medir, pero medir sin perder lo humano es un arte. El reto es transformar la ergonomía, el confort o la percepción en elementos verificables, sin despojar al diseño de su esencia. La desviación es inherente a todo proceso, y no existe la perfección; precisamente por eso podemos buscarla.

Las normas internacionales de calidad, como la ISO 9000, la ISO 9001, la ISO/IEC 25010 y la ISO/IEC 29119, definen la revisión, verificación y validación como procesos esenciales del diseño y desarrollo. 

Pero en la era del software y la inteligencia artificial, estos conceptos se amplían y se vuelven más complejos. 


Verificar que un modelo de IA “funcione” no garantiza que responda éticamente o culturalmente al entorno donde se aplicará. Un juego o un sistema de reconocimiento facial puede ser técnicamente correcto y, sin embargo, culturalmente inadecuado si no fue validado considerando la diversidad de sus usuarios. 


La validación, en ese contexto, se convierte en un ejercicio ético y cultural: debe preguntarse qué impacto real tendrá el producto y qué valores refleja su diseño.

Diseñar con calidad no es solo cumplir especificaciones, sino prever el uso real y anticipar los efectos en las personas y en la sociedad. Como señalaba Deming, el cliente no sabe lo que se puede hacer, y por eso el diseño debe ser también una forma de educación y de empatía. La inteligencia artificial y el software deben entender que la cultura y la sociedad perfilan lo que se elabora. No existen soluciones universales: un producto o un algoritmo diseñado para una cultura puede tener un impacto completamente diferente en otra. Por eso es necesario crear aplicaciones específicas para cada entorno y validarlas en la práctica, no solo en la simulación.

Validar de forma inteligente es nunca perder la perspectiva del impacto final y la cultura en todos los productos que se diseñen. La validación no cierra el ciclo del diseño: lo reinicia. Cada validación práctica es una oportunidad para revisar las especificaciones, desaprender lo asumido y rediseñar. Sin desaprender, no hay aprendizaje posible; y sin aprendizaje, la validación se convierte en un simple control de conformidad.

La validación inteligente implica medir sin perder sensibilidad, ajustar sin perder propósito y entender que los resultados técnicos solo adquieren sentido cuando generan valor humano. 

Diseñar, verificar y validar son tres actos de una misma intención: construir confianza. Y en esa búsqueda, siempre imperfecta, está la verdadera esencia de la calidad.


César Díaz Guevara

Consultor en Calidad, Estrategia e Innovación

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