Cada 14 de octubre el mundo celebra el Día Mundial de la Normalización, una fecha que recuerda el año 1946, cuando más de 25 países se reunieron en Londres para crear una organización que aportara coherencia y confianza a un mundo fragmentado por la posguerra. De esa visión nació la Organización Internacional de Normalización (ISO), que hoy se ha convertido en una red global con más de 170 miembros nacionales.
Como alguien que ha tenido el honor de liderar el Organismo Nacional de Normalización de Ecuador (ONN), he visto de primera mano cómo las normas impulsan el progreso, abren mercados y fortalecen instituciones, pero también he sido testigo del lado oscuro, cuando el mal uso o la manipulación de la infraestructura de la calidad pone en riesgo no solo el comercio internacional, sino también el desarrollo a largo plazo de un país.
Una norma es un documento basado en consenso que establece requisitos, procesos o criterios comunes. Aunque pueda parecer simple en el papel, moldea casi todo lo que nos rodea: desde la rosca de un tornillo, hasta la calidad del aire que respiramos o la confiabilidad de los sistemas digitales. Las normas son una infraestructura invisible que genera confianza, facilita el comercio internacional y, cuando se alinean con las políticas públicas y las regulaciones, se convierten en una palanca para proteger a los ciudadanos, fomentar la innovación y asegurar la competencia justa.
En el corazón de ISO y de cada ONN están los Comités Técnicos, donde expertos de múltiples países y disciplinas debaten, negocian y alcanzan consensos. Este proceso no existiría sin los miles de voluntarios en todo el mundo que entregan su tiempo, conocimiento y experiencia. Su labor no es solo técnica; es un aporte de visión y servicio a la comunidad global.
En este día también debemos reconocer a los elders de la normalización, profesionales que han dedicado décadas a construir la infraestructura de la calidad. Su rol hoy no es únicamente transmitir experiencia, sino también comprometer e inspirar a las nuevas generaciones, porque sin nuevas voces y perspectivas los comités envejecen y pierden relevancia. La diversidad generacional no es opcional; es esencial para que las normas se mantengan dinámicas, inclusivas y orientadas al futuro.
Por mi experiencia puedo afirmar que el progreso de una nación está estrechamente ligado al liderazgo de su Organismo Nacional de Normalización. Cuando un país confía esta tarea a profesionales capaces, visionarios y éticos, logra acceso a mercados globales, fortalece sus industrias y atrae inversión. La decisión de quién dirige un ONN no es simplemente técnica; es estratégica, con consecuencias para la prosperidad futura del país.
El Día Mundial de la Normalización no es solo un reconocimiento a acuerdos técnicos; es un recordatorio de que las normas construyen puentes entre naciones, sectores y generaciones. Debemos honrar a quienes nos precedieron, apoyar a quienes trabajan hoy y abrir espacio a quienes continuarán la labor, sin olvidar que el mal uso de las normas puede erosionar la confianza y socavar el progreso. Solo con integridad y visión podremos alcanzar un mundo verdaderamente más fácil, seguro y mejor.
César Díaz
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